Pio Baroja, contradictoriamente humano
Se cumplen 150 años del nacimiento del autor más destacado de la Generación del 98
Cínico, malhumorado, hipocondríaco, descreído, pesimista y, sobre todo, profundamente humano. Así es Pío Baroja, uno de los escritores más destacados de la Generación del 98 española y del que se cumplen 150 años de su nacimiento en este 2022.
Pero si su obra es interesante, no lo es menos su vida, una vida cargada de contradicciones. Así a pesar de llamarse Pío, el escritor era profundamente ateo; tras la Guerra Civil se convertirá en uno de los iconos del Franquismo aunque había sido uno de los fundadores del Club de Amigos de la Unión Soviética; fundador de la revista España de la que saldrán las figuras centrales de la Segunda República, renegará de este sistema político.
Así es la historia de este médico que abandonará la profesión para regentar una panadería en el Madrid de finales del XVIII antes de convertirse en líder de un movimiento artístico al que negaba pertenecer; y en cuya biblioteca los tratados médicos convivían con libros de aventuras y de ocultismo.
Baroja nace en pleno día de los inocentes de 1872, y lo hace en el seno de una importante familia de San Sebastián vinculada al periodismo por la rama paterna y a la navegación por la materna. Su padre fue ingeniero de minas, lo que hizo que la infancia de Pío estuviese marcada por los viajes.
Con siete años, Baroja llega a Madrid y descubre el ambiente de los cafés literarios gracias a su padre, lo que le infunde un amor por la lectura que le llevará a descubrir los grandes clásicos de la novela de aventuras. Con doce se traslada a Navarra viviendo en la Fonda de su abuelo y entablando relación con personajes de todo tipo que irán forjando la personalidad del futuro escritor.
En 1886 la familia decide establecerse en Madrid, si bien el padre seguirá cambiando de destino periódicamente. En esta segunda etapa Baroja estudiará el Bachillerato y la carrera de Medicina además de convertirse en asiduo de los cafés literarios. Y será en la Universidad donde empiece a salir el verdadero carácter de Pío. En cuarto curso se enfrenta abiertamente a dos profesores que se encargarán de hacerle la vida imposible impidiendo que termine la carrera en la capital.
Este encontronazo hunde al joven, que sí conseguirá terminar medicina en Valencia, donde se traslada la familia. Tras doctorarse en Madrid, Baroja consigue la plaza de médico de espuela en una pequeña localidad guipuzcoana en la que enseguida se gana la fama de persona problemática.
Tras solo un año como médico regresa a Madrid, y lo hace para regentar la tahona familiar, un empleo que le provocará las chanzas de los escritores de la época. Muy conocida es la referencia que hace Rubén Darío cuando le define como “un escritor con mucha miga” a lo que Baroja responde “Se nota que Darío es indio, pues es un escritor con mucha pluma”.
Seducido por las ideas anarquistas, criticará abiertamente el nacionalismo vasco e irá entrando de forma clara en el ambiente literario formando con Azorín y Ramiro de Maeztu el “grupo de los tres” germen de la llamada Generación del 98.
Un viaje a París le hace vivir en primera persona el Affaire Dreyfus y descubrir la filosofía de Nietzsche, iniciando un largo viaje por Europa que le llevará como corresponsal de guerra a Tánger.
En 1902 la familia se muda a la “casa de los gatos” de Argüelles. En este Madrid del siglo XX se va forjando el Baroja más político. Tras entrar en contacto con reconocidos anarquistas como Durruti o Mateo Morral, acabará militando en el Partido Republicano Radical de Lerroux.
Tras no conseguir escaño de concejal en las elecciones de 1914, Baroja se olvida momentáneamente de la política, si bien en 1933 fundará junto a Concha Espina y Jacinto Benavente la Asociación de Amigos de la Unión Soviética.
Con el estallido de la guerra Baroja será detenido por los carlistas y condenado a muerte, pero la intercesión del Duque de la Torre le salvará la vida. El escritor huye de España cruzando la frontera lo que provoca un conflicto diplomático entre el Gobierno de la segunda República y el país galo al negarse los franceses a entregarlo.
Tras la conquista del norte por parte del bando nacional, Baroja puede regresar a España si bien seguirá viajando de forma intermitente a París hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Tras establecerse definitivamente en España, regresa a Madrid donde pasa los últimos años de su vida paseando por las calles de la capital. En 1956 fallece como consecuencia de la arteriosclerosis que sufría desde años atrás.
La última contradicción de su vida fue el propio entierro, pues Baroja dejó escrito que quería ser enterrado en el Cementerio Civil de la Almudena, algo a lo que el régimen de Franco se negó. A pesar de ello la voluntad del escritor se cumplió en un sepelio en el que participaron Camilo José Cela y Hemingway entre otros, y al que acudió el Ministro de Cultura a título personal.
Samuel Román
eltelescopiodigital.com