El noveno arte

 

Desde las paredes de Altamira hasta el cómic manga la representación gráfica para contar una historia ha evolucionado con el tiempo

 

 

Casi todo el mundo conoce las seis artes tradicionales o clásicas del mundo grecolatino, que quedarán definitivamente fijadas en el Renacimiento, es decir, pintura, escultura, arquitectura, música, danza y poesía-literatura-teatro. A esta lista se le sumará en 1911 el cine como séptimo arte, y mucho más recientemente la fotografía como octavo. Pero será en los años sesenta y en Francia donde otra expresión artística adquiera la categoría de “noveno arte”, y no es extraño que sea ni en esa época ni en ese lugar, pues las llamadas “bandes dessinées”  franco belgas revolucionarán el mundo del cómic.

Pero la historia de la historieta se pierde en la noche de los tiempos. Así los dibujos rupestres de las cuevas de Altamira podrían considerarse un antecedente de representación gráfica que cuenta algo, al igual que la escritura cuneiforme mesopotámica, los jeroglíficos egipcios o los pictogramas chinos y japoneses.

Sin embargo será en la Edad Media, con los manuscritos iluminados, cuando empiece a hablarse propiamente de historietas secuenciales, y la primera de la que se tiene constancia es el conocido Tapiz de Bayeux, un enorme lienzo que cuenta los hechos previos a la conquista normanda de Inglaterra en el siglo XI. El tapiz, también conocido como de la reina Matilde, está lleno de simbología y misterios, y narra con tanto detalle las batallas que fue utilizado como referente por Napoleón y Hitler.

En el siglo XV la invención de la imprenta “democratizará” el cómic, permitiendo que los pliegos de cordel expandan las caricaturas entre los europeos. Y el primer manuscrito del que se tiene constancia está escrito en castellano. Se trata del “Nueva corónica y buen gobierno” en que Felipe Guamán Poma de Ayala le cuenta a Felipe III de España la situación de los indígenas en el virreinato de Perú.

La primera serie de crítica satírica llegará en el siglo XVIII, y será obra del británico William Hogarth dn su serie “Costumbres morales modernas”. También en este siglo nacerá el “bocadillo” y con él la primera novela gráfica: “Lenardo y Blandine: un melodrama basado en Bürger” del alemán Joseph Franz von Goez.

Con el siglo XIX llega la prensa de masas, y con ella las revistas satíricas, como “Le caricature” en Francia; o la histórica “Punch” londinense, que se editó durante más de ciento cincuenta años, y creó el término “cartoon” qué servirá para referirse a las caricaturas a nivel mundial.

En el siglo XX el centro de producción se traslada a Estados Unidos, con series están conocidas como Hogan's Alley qué popularizó a The Yellow Kid; o The Katzenjammer Kids, tira cómica de los periódicos de William Randolph Hearst que llegará a España con el nombre de “Los Cebollitas” y a la que se considera precursora de Zipi y Zape.

La Gran Depresión transforma el mundo del cómic. haciendo que se centre en la aventura y la fantasía. Así es en esta época cuando nacen Buck Rogers, precursor de Flash Gordon y primera historieta de ciencia ficción; o el mismísimo Mickey Mouse de Disney. También es de esta época el Tarzán de Harold Foster o el Flash Gordon de Alex Raymond.

 


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Fuera de Estados Unidos esta es la época de las “bandes dessinées”, modalidad del cómic escrita en francés para lectores de Francia y Bélgica que dejará personajes tan conocidos como Tintín, Spirou, Astérix, Lucky Luke o Los Pitufos.

También este momento verá el surgimiento del tercer gran mercado del cómic, el manga japonés. Y es que la milenaria tradición gráfica del país nipón se fusionó rápidamente con las influencias occidentales que llegaban a través de las revistas satíricas, naciendo el llamado “Kodomo Manga” o historietas infantiles en los años veinte. Precisamente el primer manga japonés editado en España pertenecerá a esta corriente, y se publicará justo antes del comienzo de la Segunda República.

Si bien los tres grandes mercados ya estaban en marcha, será después de la Segunda Guerra Mundial cuando eclosionan de forma clara, dando lugar a lo que es conocido como Edad de Oro del cómic.

Y es que, tras los éxitos de Tarzán y Mickey, llega el cómic de superhéroes al mercado americano. Los llamados “comic book” que ya existían desde 1933 se convertirán en un fenómeno de masas cuando en 1938 nazca Superman. Batman, Capitán Marvel, la Mujer Maravilla, o el Capitán América apelarán al patriotismo en vísperas de la Guerra; mientras que las tiras cómicas dejarán personajes como La Pequeña Lulú. En los años cincuenta, y exactamente igual que va a ocurrir en Francia, llega la censura. Las principales editoriales instituyen el Comics Code Authority, que establecerá reglas estrictas para la publicación. Pero aun así es la época de la revista MAD o de Daniel el Travieso que esquivarán las prohibiciones.

Está autorregulación está a punto de matar el mercado, mientras despuntan los cómics franceses, por lo que las empresas se ven obligadas a reinventarse. Así nace la llamada Edad de Plata del Comic que comienza con la creación de Spider-Man. Linterna Verde, la Liga de la Justicia o Los cuatro fantásticos marcan un nuevo camino en el que se abandona al público infantil para centrarse en los jóvenes. También es en esta época donde nace el cómic de terror, con revistas tan conocidas como Vampirella o el Conan de Marvel.

Con la revolución cultural de los 60 nace el “comic underground”, que dejará personajes tan conocidos como el gato Fritz o Little Annie Fanny, tira cómica publicada en la revista Playboy. El underground se institucionaliza en los años 80, con la creación oficial del término “novela gráfica”, un cómic dirigido de forma clara al público adulto al que se sumarán los superhéroes con la aparición de X-Men, Daredevil, o el nuevo Batman de 1985. También el final del siglo XX ve el resurgimiento de las tiras satíricas, con personajes como Calvin o Garfield. Tras la institucionalización del “underground” el cómic independiente busca su propio camino, y lo hace con propuestas tan conocidas como Madman, Sin City o Hellboy.

En Francia el primer cómic de la Edad de Oro será “Tintín en el país de los Soviets”, que inicia la serie dedicada al personaje de Hergé en 1929, pero que no alcanzará la popularidad hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En esta época convive con Spirou, que se come el mercado al incorporar a personajes como Lucky Luke o Los Pitufos. En 1959 Goscinny funda “Pilote”, la revista que verá nacer a Astérix el Galo y también a Iznogud. Esta será la época de la censura impuesta por el gobierno francés para evitar las influencias del cómic estadounidense, lo que, paradójicamente, potencia un estilo muy personal de historieta gráfica.

Con la revolución del 68, “Pilote” se convierte en la revista por excelencia, llevándose a gran parte de los artistas del cómic francés, y optando por una relajación de la censura. Y también de esta revista nacerá el cómic para adultos, pues serán sus exdibujantes los que creen historias como la de “El corto Maltés”, “Barbarella” o “Comanche”.

Con el fin de la censura en los años 80, y sobre todo en los 90, las influencias del cómic americano y del manga japonés convierten al cómic francés en un mercado con una enorme proyección internacional.

En cuanto al manga, también es la censura la encargada de su despegue. Así, tras las primeras historietas de influencia americana, y destinadas a público infantil, llegarán las tiras cómicas, los cómics de superhéroes y las historietas bélicas, de las que la más conocida será Norakuro, que nace en 1931.

En el 45, Estados Unidos, tras ocupar el país, prohíbe la publicación de cómics, lo que obliga a los autores a tirar de ingenio. Así nacen las “bibliotecas de pago”, una red de centros de préstamo que producían mangas en forma de revistas; y, sobre todo, los “libros rojos” tomos de unas 200 páginas en blanco y negro que se vendían a bajo precio.

Osamu Tezuka, un veinteañero apasionado de los dibujos de Disney, revoluciona el mercado con uno de estos “libros rojos”: “La nueva isla del tesoro” que vendió por sorpresa casi 800.000 ejemplares.

El éxito que había descubierto Tezuka lleva a la industria de Tokio a crear la primera revista de Manga dedicada al público infantil, Manga Shōnen, en 1947, en la que nacerá el gran personaje de Tezuka, Astroboy. Pero Tezuka no solo crea el Shōnen, o manga destinado a un público juvenil masculino, sino también el Shōjo, destinado a las chicas.

Con el mercado copado por las revistas manga juveniles, las bibliotecas se ven obligadas a cambiar de registro, adoptando el género “gekiga” dedicado a un público adulto.

A diferencia de lo que había ocurrido en Estados Unidos y Francia, el despegue internacional del Manga llegará a final de siglo, y lo hará gracias al enorme éxito de la película Akira. Y es que el éxito del manga japonés no se entiende sin el anime, o series de dibujos animados vendidas en medio mundo desde los años 60. Así la propia Astroboy se convierte en el primer gran éxito mundial de la animación japonesa, a la que seguirán Mazinger Z o Dragon Ball, entre muchas otras. 

En cuanto a España, el mercado está muy lejos de estos tres gigantes, pero aún así tiene una importante trayectoria. Los antecedentes más conocidos quizás haya que buscarlos en las Cantigas de Santa María realizadas en el siglo XIII por la corte de Alfonso X el Sabio.

Las “aleluyas”, o estampas con versos pareados, nacerán en el siglo XVIII; y habrá que esperar un siglo más para conocer la primera historieta española en prensa. Se trata de la “Historia de las desgracias de un hombre afortunado” que se publicó en la Revista cubana “La charanga”. En la España peninsular aparecen a finales del siglo revistas satíricas como “La flaca” o “El mundo cómico”.

A principios del siglo XX nacen las primeras revistas infantiles, como Monos y En Patufet; y el histórico suplemento del ABC “Gente menuda”. Sin embargo será 1917 el momento en que el cómic español reciba su nombre, y es que es en este año cuando se crea la revista TBO, que conseguirá una enorme difusión durante la República. Será precisamente en los años 30 cuando el tebeo se popularice en el país, al incorporar tiras clásicas estadounidenses. En esta época destaca la producción de Miguel Mihura, que antes de dedicarse al teatro publicará en revistas como Macaco o Gutiérrez.

Durante la Guerra Civil, el cómic se utiliza como arma propagandística, con las históricas revistas “Pelayos”, “Flecha” o “Pionero rojo”. El exilio provoca una “fuga de cerebros” que llevará el cómic español a Latinoamérica. Así Sergio Aragonés, desde México, se convertirá en dibujante de la revista MAD; y Quino arrasará medio mundo desde Argentina con su Mafalda.

El franquismo es conocido en el país como “La España del tebeo”, con una edad de oro que coincide con la posguerra, y eso que no fueron tiempos fáciles para la industria: la censura, los permisos previos, la prohibición de cómic sobre superhéroes, series cómicas y cuadernos de aventuras, y los contratos leoninos de los autores fueron protagonistas del cómic del franquismo.

A pesar de las dificultades, España conoció cuatro mercados en el mundo del tebeo: el de Aventuras, con Roberto Alcázar y Pedrín, el Guerrero del Antifaz, El Coyote, el Capitán Trueno o Pantera Negra; el humorístico, con personajes como Jaimito, Pulgarcito, y los nacidos de la Editorial Bruguera, con autores como Escobar, Ibáñez o Manuel Vázquez: el tebeo para niñas, con Sissi o Claro de Luna; y el mercado exterior.

Con la relajación de la censura en los tiempos de Fraga, se produce un “boom” del cómic para adultos con Vampus, Vampirela o Celia; y revistas satíricas como Barrabás y El Papus; mientras que también el cómic juvenil crece de forma exponencial, con la llegada de los personajes Francobelgas, los superhéroes y cómic Disney americanos, y los autóctonos Mortadelo, Zipi y Zape o Superlópez.

Con la Transición, el cómic adulto eclosiona de forma definitiva, con la aparición de El Jueves, El Víbora, Paracuellos, Makinavaja, Frank Cappa o Madriz. La entrada en masa de los cómics americanos y los primeros manga (el primero en editarse en España fue Candy Candy), hace que el cómic patrio entre en crisis, sobre todo tras la desaparición de la editorial Bruguera.

Así el cómic español se ha obligado a reinventarse buscando acomodo en los llamados webcomics que serán los protagonistas del primer cuarto del siglo XXI a nivel mundial.

 

Samuel Román

eltelescopiodigital.com